Carta de la Cruzada Eucarística
“Con temor y temblor por la salvación del género humano, pero sin desesperar de la misericordia de Aquel que sanó a los pueblos, buscamos un puerto seguro con un pensamiento y deseo unánimes: que es más agradable a la misericordiosa longanimidad del Padre divino contemplar la inocencia de los niños que la penitencia de los adultos.
Es por esto que nos dirigimos a ustedes, los niños. Así como, ciertamente, reciben todo el cariño de sus padres, mitigan las penas y representan el futuro, así también reciben el cariño especialísimo del Padre de los fieles, suavizan las amarguras y representan las esperanzas.
Al contemplarlos, queridos niños, y al contemplar a través de ustedes, a todos los niños que, este día, en todo el mundo, se acercan a recibir el Pan Eucarístico, vemos, en todos estos rostros, la imagen de Dios mismo, reflejada en el espejo puro de su cándida alma. Vemos en ese reflejo la omnipotencia suplicante de sus oraciones.
Esta omnipotencia se deriva, en primer lugar, de su inocencia. Porque, en la presencia de Dios, las acciones de un corazón que jamás ha sido manchado son mucho más eficaces que las de un corazón penitente y purificado.
En segundo lugar, esta omnipotencia es compañera de su debilidad. Pues para confundir a la fuerza engañosa de esta tierra, el Autor de la omnipotencia suele elegir únicamente a los “más débiles de este mundo”.
Si su inocencia y debilidad los hace tan poderosos, ¿cuánto más grandes aún son gracias al amor especialísimo que Jesús les tiene? ¿Quiénes, si no los niños, recibieron otrora los abrazos de Jesús? (…)
Desde hace dos años, hemos rezado y hemos exhortado. Pero hasta ahora han sido en vano nuestras exhortaciones… Es por eso que, como una tabla de salvación en medio de un naufragio, nos hemos resuelto a invocar la ayuda divina a través de su inocencia omnipotente. Pensamos que, tal vez, veremos a Dios, que todavía no ha atenuado el duro castigo lanzado sobre sus hijos, siempre olvidados de Él, conmoverse al escuchar los lamentos y súplicas de sus pequeños, porque esos son los lamentos de los justos. (…)
Tiendan su mano al Vicario de Cristo, queridos y omnipotentes niños… Tal vez al hacerlo, sus padres, hermanos y todos los adultos de sus familias seguirán su humilde ejemplo de oración.
Sí, los imitarán, porque si su clamor suplicante es irresistible al corazón de Dios, irresistible será también su ejemplo para sus seres queridos, porque ustedes significan todo para ellos…”
(Extractos del discurso dado por Benedicto XV a los niños que hacían su Primera Comunión en Roma, el 30 de julio de 1916)