Antecedentes históricos de la Cruzada Eucarística
Le Puy-en-Velay, cuna de la Cruzada
El 27 de noviembre de 1095, durante el Concilio de Clermont, Urbano II, lanzó un llamamiento solemne a la Cruzada. Su ardiente celo exhortaba a los guerreros no a luchar en disputas internas, sino a acudir en ayuda de los cristianos orientales amenazados por los turcos y los árabes musulmanes. Urbano II fijó la partida de los Cruzados para el 15 de agosto de 1096, confiando la dirección espiritual de la Cruzada a Adhémar de Monteil, entonces obispo de Le Puy. Y según cuenta la tradición, fue en esta ocasión que resonó por primera vez, en la catedral de Le Puy, el himno compuesto por el obispo: la Salve Regina.
El mando militar de esta primera Cruzada recayó en Raimundo IV de Tolosa, al que se unieron Godofredo de Bouillón y Bohemundo. Pero Adhémar de Monteil permaneció como la autoridad incuestionable de la Cruzada. Siendo un astuto diplomático, aprovechó la oportunidad para asegurar la complicada cohesión de los barones, alentándolos a elevar sus aspiraciones hacia un combate más noble. Falleció en una epidemia, durante el sitio de Antioquía. Paralelamente a este llamamiento a la Cruzada, iniciada bajo el grito “¡Dios lo quiere!”, Urbano II, alentó también la Reconquista de España, ocupada por los Moros.
De la cruzada al apostolado
Este solemne llamamiento a la Cruzada inundó particularmente el obispado de Le Puy de un fuerte espíritu misionero. A lo largo de los siglos, miles de almas han abandonado sus hermosas montañas para dar testimonio del amor de Cristo en el mundo entero.
¡Pero Nuestra Señora de Le Puy, no se iba a quedar de brazos cruzados!... La ancestral Virgen no sólo guiaría a las almas en la Cruzada y en el apostolado llevado a cabo en países remotos, sino también en una Cruzada “al alcance de todos” una “Cruzada de Apostolado para todos” y especialmente para los niños.