Queridos amigos y benefactores:
En algunas semanas tendremos la alegría de celebrar el centenario nacimiento de nuestro venerable fundador, Monseñor Marcel Lefebvre.
¡Qué figura más extraordinaria aquella de este misionero infatigable: misionero primero en África, llevando el Evangelio, y misionero luego en Europa y en el mundo entero para que la fe católica sea conservada íntegramente!
Querríamos recordar aquí su magnífica estatura y las profundas virtudes que animaron a Monseñor Lefebvre a lo largo de toda su vida; sin embargo, en el contexto de la audiencia que tuvimos a fin del mes de agosto con el Papa Benedicto XVI, nos contentaremos con recordar un texto muy esclarecedor tanto sobre la sabiduría y la profundidad de miras de nuestro Fundador, como sobre la línea directriz que lo ha guiado y que compartimos plenamente.
En 1966 ‹es decir, un año después del Concilio‹ Monseñor Lefebvre respondía en estos términos a algunas preguntas que le formulaba el Prefecto del Santo Oficio, el Cardenal Ottaviani, sobre la situación de la Iglesia:
Me animo a decir que el mal actual me parece mucho más grave que la negación o la puesta en duda de una verdad de nuestra fe. Se manifiesta en nuestros días por una extrema confusión de ideas, por la desintegración de las instituciones de la Iglesia ‹instituciones religiosas, seminarios, escuelas católicas‹, en definitiva, por todo lo que ha sido el sostén de la Iglesia, y que no es más que la continuación lógica de las herejías y de los errores que minan la Iglesia desde los siglos más recientes, especialmente después del liberalismo del siglo pasado, que a todo precio intentó conciliar la Iglesia con las ideas salidas de la Revolución. La Iglesia ha progresado en la medida que la Iglesia se resistió a estas ideas opuestas a la sana filosofía y teología; en cambio, todo compromiso con las ideas subversivas ha significado el amoldamiento de la Iglesia al derecho común y el riesgo de colocarla bajo el yugo de las sociedades civiles.
Además, cada vez que los grupos católicos se dejaron atraer por estos mitos, los Papas intrépidamente los han llamado al orden, los han iluminado y, si era preciso, los han condenado. El liberalismo católico ha sido condenado por Pío IX, el modernismo por León XIII, el sillonismo por San Pío X, el comunismo por Pío XI, el neo-modernismo por Pío XII. La Iglesia se consolidó y desarrolló gracias a esta admirable vigilancia. Las conversiones de paganos y protestantes son numerosas. La herejía está en franco retroceso y los estados se avienen a tener una legislación más católica.
“Con todo, los grupos religiosos imbuidos de estas ideas falsas lograron difundirlas en la Acción Católica y en los seminarios aprovechándose de una cierta indulgencia de los obispos y de la tolerancia de algunos dicasterios romanos. Dentro de poco tiempo, de entre estos sacerdotes habrán de seleccionarse a los futuros obispos.
“Es en esta línea que se sitúa el Concilio, el cual estaba preparándose por medio de comisiones para proclamar la verdad de cara a estos errores y hacerlos desaparecer durante mucho tiempo del seno de la Iglesia. Ello hubiese significado el fin del protestantismo y el inicio una nueva era fecunda para la Iglesia.
“Ahora bien, esta preparación ha sido odiosamente rechazada para dejar lugar a la tragedia más grave que jamás haya sufrido la Iglesia. Asistimos al casamiento de la Iglesia con las ideas liberales. Supondría negar la evidencia y cerrar los ojos no afirmar intrépidamente que el Concilio permitió a los que profesaban los errores y las tendencias condenadas por los Papas arriba citadas, creer legítimamente que en adelante sus doctrinas eran aprobadas”.
“Desgraciadamente se puede y se debe afirmar de modo más o menos general que el cuando el Concilio ha querido innovar, disminuyó la certeza de las verdades enseñadas por el Magisterio auténtico de la Iglesia en cuanto pertenecientes definitivamente al tesoro de la Tradición.
“Y ello, ya sea que se tratase de la transmisión de la jurisdicción a los obispos, de las dos fuentes de la Revelación, de la inspiración escrituraria, de la necesidad de la gracia para la justificación, de la necesidad del bautismo católico y de la vida de la gracia en cuanto a los herejes, cismáticos y paganos, de los fines del matrimonio, de la libertad religiosa, de los últimos fines, etc. Respecto a estos puntos fundamentales, la doctrina tradicional era clara y enseñada unánimemente en las universidades católicas. Ahora bien, muchos textos del Concilio relativos a estas verdades dan pie de ahora en más para que se dude de ellas.
“Las consecuencias han sido rápidamente extraídas y aplicadas en la vida de la Iglesia:
“- Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia y los sacramentos condujeron a la desaparición de las vocaciones sacerdotales.
“- Las dudas sobre la necesidad y la naturaleza de la «conversión» de toda alma desembocó en la desaparición de las vocaciones religiosas, la ruina de la espiritualidad tradicional en los noviciados y la inutilidad de las misiones.
“- Las dudas sobre la legitimidad de la autoridad y la exigencia de la obediencia provocadas por la exaltación de la dignidad humana, la autonomía de la conciencia y la libertad, destruyen todas las sociedades, empezando por la Iglesia, las sociedades religiosas, las diócesis, la sociedad civil y la familia.
“Por regla general el orgullo desemboca en todas las concupiscencias de los ojos y de la carne. Una de las comprobaciones más horribles de nuestra época consiste en ver el punto de decadencia moral a que han llegado la mayoría de las publicaciones católicas. Se habla sin tapujo alguno de la sexualidad, de limitar los nacimientos por todos los medios, de la legitimidad del divorcio, de la educación mixta, del noviazgo y del baile como medios necesarias para la educación cristiana, del celibato sacerdotal, etc.
“- Las dudas sobre la necesidad de la gracia para la salvación genera la falta de estima del bautismo —que de ahora en más es dejado para más tarde— y el abandono del sacramento de la penitencia. Además, se trata de una actitud que viene de parte de los sacerdotes y no de los fieles. Lo mismo sucede respecto a la Presencia Real: son los sacerdotes quienes actúan como si ya no creyesen en ella, escondiendo la Sagrada Reserva, suprimiendo todos los gestos de respeto hacia el Santísimo Sacramento y todas las ceremonias en su honor.
“Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia como única fuente de salvación, sobre la Iglesia Católica como única verdadera religión, lo cual se sigue de las declaraciones sobre el ecumenismo y la libertad religiosa, que destruyen la autoridad del Magisterio de la Iglesia.
“En efecto, Roma ya no es la única y necesaria «Magistra Veritatis». Por tanto, acorralado por los hechos, es preciso concluir que el Concilio ha favorecido de modo inconcebible la difusión de los errores liberales. La fe, la moral, la disciplina eclesiástica han sido atacados en sus fundamentos tal como todos los Papas lo habían predicho.
“La destrucción de la Iglesia avanza a pasos agigantados. El Soberano Pontífice se ha atado las manos debido a una exagerada autoridad concedida a las conferencias episcopales. ¡Cuántos ejemplos dolorosos en un solo año! Sin embargo, el Sucesor de Pedro y sólo él puede salvar la Iglesia”.
Las soluciones preconizadas por Monseñor Lefebvre son las siguientes:
Que el Santo Padre se rodee de vigorosos defensores de la fe y que los nombre en diócesis importantes. Que se digne proclamar la verdad en documentos importantes, que persiga al error sin tener miedo a la contradicción, sin temer cismas, sin temer que dar de mano con las disposiciones pastorales del Concilio.
“Que el Santo Padre aliente a los obispos para que, como conviene a todo buen pastor, rectifiquen fe y las costumbres individualmente, cada uno en sus respectivas diócesis; que sostenga a los obispos intrépidos y los incite a reformar sus seminarios y a restaurar los estudios bajo la égida de Santo Tomás; que anime a los superiores generales a mantener en los noviciados y las comunidades los principios fundamentales de toda ascesis cristiana, sobre todo la obediencia; que respalde el desarrollo de las escuelas católicas, la prensa de buena doctrina, las asociaciones de familias cristianas; en fin, que reprima a los fautores de errores y los reduzca a silencio. Las alocuciones de los miércoles no pueden reemplazar las encíclicas, las directivas y las cartas a los obispos.
“¡Hablando de este modo sin duda que soy muy temerario! Sin embargo, escribo estas líneas inflamado de un ardiente amor, amor por la gloria de Dios, amor de Jesús, amor de María, de su Iglesia, del Sucesor de Pedro, obispo de Roma, Vicario de Jesucristo”.
Todo está dicho y hoy en día no hay nada que agregar o suprimir en este penetrante análisis sobre las consecuencias lógicas del Concilio, considerado en su contexto histórico, sobre las reformas que entonces se anunciaban y la profundidad de la crisis que golpeó a la Iglesia y de la cual sigue sin salir, prisionera como está de los principios a los cuales el Concilio y los Papas la han encadenado.
Creemos francamente que la solución del problema que la Fraternidad representa para Roma está íntimamente ligado a la resolución de la crisis que afecta a la Iglesia.
El día que las autoridades vuelvan a contemplar con benevolencia y esperanza el pasado de la Iglesia y su Tradición, podrán superar la ruptura causada por el Concilio y reconciliarse con los principios eternos sobre los cuales durante veinte siglos se construyó la Iglesia, abrevar el vigor y encontrar las soluciones a la crisis. Cuando eso suceda, dejará de existir el “problema” de la “Fraternidad San Pío X”.
Esa es la razón de ser de nuestras conversaciones con la Santa Sede. Allí reside el problema de fondo. La nueva misa y el Concilio no son sino la punta del iceberg contra el cual embistió la barca de la Iglesia.
El espíritu del Concilio viene del liberalismo y del protestantismo; en última instancia, de la rebelión contra Dios que signa la historia de los hombres hasta el fin de los tiempos. ¿Qué sentido tendría, pues, firmar un acuerdo para no colisionar contra el iceberg?
Vaya nuestro agradecimiento por todas vuestras oraciones y generosos sacrificios. Todo ello nos es muy caro. En las visitas que hacemos a Roma y en todas nuestras actividades nos apoyamos sobre ellas. En contrapartida, cuenten con las oraciones de nuestros seminaristas y con las nuestras propias al pie del altar por vuestra incansable generosidad.
¡Que el sacrificio de Nuestro Señor sea vuestro cotidiano sustento! ¡Que el Corazón Inmaculado de María sea refugio protector para vosotros y para vuestras familias! Os bendigo con toda mi gratitud.
+ Bernard Fellay
Superior de Distrito
Menzingen, 29 de septiembre
En la fiesta de San Miguel Arcángel