¡Misa y vocaciones, nuestros tesoros!
Queridos miembros de la Fraternidad, queridos fieles, queridos amigos,
El 11 de noviembre solicitábamos la generosidad de todos ustedes para redoblar nuestras súplicas al Cielo, con el fin de obtener a través de una Cruzada de oraciones la liberación de la Misa y el incremento de muchas vocaciones.
Como esta Cruzada terminó el pasado Jueves Santo, ya hemos podido reunir los resultados. Con una inmensa alegría, tendremos el honor de ofrecérselos solemnemente a la Virgen María nuestra Madre el próximo 1 de mayo, primer día del mes que le está consagrando y que también es la fiesta de San José.
Es importante para mí, en estas pocas líneas, agradecerles calurosamente el compromiso y el celo con que se han aplicado ustedes a responder a nuestro urgente llamamiento. En estas horas de prueba y difíciles para la Iglesia y para sus hijos, la visión de esta santa alianza de oración a través de todo el mundo constituye un poderoso consuelo para nuestras almas y una firme promesa de esperanza en la ayuda inquebrantable del Cielo.
¡Cuál no ha de ser nuestra gratitud a la asistencia materna de la Virgen María! En todo el mundo estamos viendo lo mismo: a pesar de las restricciones sanitarias y dificultades de todo tipo, los fieles acuden, cada vez en mayor número, ante los altares en que nuestros sacerdotes ofrecen el santo sacrificio. En muchos lugares, el número de fieles incluso se ha duplicado. ¿Cómo podemos explicar este renacimiento?
En primer lugar, por el poder del rosario: infalible y siempre eficaz ante el Corazón Inmaculado, este imán atrae a Dios el alma que lo reza, y atrae sobre ella –y en torno suyo– las bendiciones de Dios.
En segundo lugar, por la dedicación incansable e ingeniosa de nuestros sacerdotes, a quienes deseo expresar mi profunda gratitud. Aun al precio de algunos riesgos que han sabido tomar, se han entregado con celo y ardor para garantizar a los feligreses la ayuda de los sacramentos, atrayendo así a muchos nuevos fieles. Gracias a su docilidad a veces audaz y a la libertad de acción de que gozan dentro de la Fraternidad, su ministerio nunca ha dejado de irradiar maravillosamente, y de difundir en abundancia la vida divina.
Por último, por el fervor renovado y el nuevo afán con que cada uno de ustedes se compromete a trabajar por su propia santificación. Es innegable que las circunstancias sacuden el sopor en que, tal vez, estaban dormidas nuestras almas. En estos tiempos, como en los demás, la Divina Providencia se sirve de los males que permite para espolearnos: apreciamos más el valor de la Misa y de los sacramentos al tenerlos que buscar con más fervor, y saboreamos con más amor los beneficios espirituales recibidos desde que tememos vernos privados de ellos.
Así que, después de estos sinceros agradecimientos, me gustaría animarlos a todos. Nuestra Cruzada no debe pararse ahí. El mundo y la Iglesia necesitan cristianos que recen y se santifiquen para que nuestro Señor extienda su reinado, primero en sí mismos y, a través suyo, en todas las personas a las que llega su irradiación. La Iglesia y el mundo se están muriendo: Dios necesita almas vivas, cuya vitalidad espiritual sea como una nueva sangre para la regeneración de nuestras sociedades. La voluntad de Dios es vuestra santificación.
Finalmente, que esta intención por las vocaciones permanezca muy presente en nuestros corazones: no hemos de desear nada tanto como suscitarle a Dios almas generosas, dispuestas a dedicar toda su fuerza y toda su vida a Dios.
¡Que Dios los bendiga, apoye su generosidad y les conceda a todos permanecer en su caridad!
Dillwyn, 25 de abril de 2021, Fiesta de San Marcos
Don Davide Pagliarani, Superior General