Queridos amigos y benefactores:
Cuando lanzamos una nueva cruzada del Rosario con ocasión de nuestra peregrinación a Lourdes en octubre pasado, no contábamos, por cierto, con una respuesta tan rápida del Cielo a nuestra petición. En efecto, así como sucedió con nuestra primera petición, a la cual Nuestra Señora había respondido tan eficazmente por intermedio del Vicario de Cristo y su Motu Proprio sobre la Misa tradicional, plugo a la Virgen María concedernos una segunda gracia aún más rápidamente: en el transcurso de una visita a Roma en enero, cuando entregué el ramillete de 1.703.000 rosarios rezados por las intenciones del Sumo Pontífice, recibía de manos del Cardenal Castrillón Hoyos el decreto de remisión de las “excomuniones”.
Lo habíamos pedido desde el año 2001 como signo de buena voluntad de parte del Vaticano hacia el movimiento tradicional; porque desde el Concilio todo lo que es y quiere ser tradicional en la Santa Iglesia sufre persecución tras persecución, hasta el punto de negársele derecho de ciudadanía. Eso, obviamente, destruyó en parte o aún completamente la confianza para con las autoridades romanas. Mientras esa confianza no sea restablecida parcialmente —decía entonces— nuestras relaciones seguirían siendo mínimas.
La confianza no es solamente un buen sentimiento; es un fruto que nace naturalmente cuando en estas autoridades vemos a pastores que tienen en cuenta el bien de todo lo que llamamos “la Tradición”. Y nuestros prerrequisitos se formularon en ese sentido.
Es imposible, de hecho, comprender nuestra posición y nuestra actitud frente a la Santa Sede si no se quiere incluir la percepción del estado de crisis en que se encuentra la Iglesia. No se trata de algo superficial, ni de una visión personal. Estamos ante una realidad independiente de nuestra percepción, admitida de tiempo en tiempo por estas mismas autoridades, y comprobada muchas veces en los hechos. Esta crisis tiene aspectos múltiples, variados, en ocasiones profundos, otras veces circunstanciales, y todos la sufrimos.
Los fieles se sienten mal impresionados por las ceremonias de la nueva liturgia —que con frecuencia son escandalosas—, y por la predicación habitual, en la que, en el campo moral, se enseñan cosas en completa contradicción con la doctrina multisecular de la Iglesia y el ejemplo de los Santos. Muy a menudo los padres de familia tuvieron que comprobar, con inmenso dolor, la pérdida de la fe de sus hijos confiados a institutos católicos de formación, o lamentar su casi total ignorancia de la doctrina católica por falta de un catecismo serio. Un número incalculable de religiosos, tras las revisiones de sus constituciones y el reciclado posconciliar, manifiesta una pérdida del espíritu evangélico, en particular el de la renuncia, la pobreza y el sacrificio; pérdida que tuvo por consecuencia casi inmediata una disminución tal de vocaciones, que muchas órdenes y congregaciones cierran sus conventos uno tras otro, o bien pura y simplemente desaparecen. En muchas diócesis la situación es igualmente dramática.
Lo dicho conforma un todo coherente y no sucedió por casualidad sino después de un concilio que quiso ser reformador, adaptando la Iglesia al gusto de la época. Se nos acusa de ver una crisis allí donde no la habría o de atribuir falsamente a este concilio consecuencias que, con todo, son desastrosas, extremadamente graves y que cualquiera puede comprobarlas, o aún de aprovechar esta situación para justificar una actitud incorrecta de rebelión o de independencia.
Sin embargo, tómense los textos de los Padres de la Iglesia, del Magisterio, de la liturgia, de la teología, a lo largo de todos los tiempos: hallamos una unidad a la cual adherimos de todo corazón. Y las líneas de conducta actuales contestan fuertemente, lesionan y amenguan en la práctica esta unidad doctrinal. Nosotros no inventamos una ruptura; infelizmente existe con claridad. Basta ver la manera cómo nos tratan algunos episcopados, incluso después de que se retiraron las excomuniones, para comprobar cuán profundo es el rechazo de los modernistas ante todo lo que sabe a Tradición, al punto que es imposible no dar a este rechazo el nombre de ruptura con el pasado.
Sí, tal como nos sorprendimos por la publicación del decreto del 21 de enero, lo hemos sido por la violencia de la reacción de los progresistas y de la izquierda en general en contra de nosotros. Es verdad que encontraron la acariciada oportunidad en las desgraciadas declaraciones de Monseñor Williamson, y a través de una injusta amalgama, pudieron vilipendiar nuestra Fraternidad como chivo expiatorio. En realidad, hemos sido instrumentalizados en una lucha mucho más importante: la de la Iglesia, que con razón lleva el título de “militante”, contra los espíritus malvados que pululan en los aires, como dice San Pablo.
Por cierto, no dudamos en asentar nuestra historia en la gran historia de la Iglesia, en la de esa lucha titánica por la salvación de las almas anunciada desde el Génesis y descripta de manera cautivante en el Apocalipsis de San Juan. Con frecuencia esta lucha se mantiene a nivel espiritual; de tanto en tanto, pasa de la esfera de los espíritus y de las almas a la de los cuerpos y se transforma en visible, como en las persecuciones abiertas.
A través de lo que ha pasado en estos últimos meses es preciso saber reconocer un momento más intenso de esta lucha. Y es muy claro que aquel que está en la mira es el Vicario de Cristo, en su empeño de iniciar cierta restauración de la Iglesia. Se teme por el acercamiento entre la cabeza de la Iglesia y nuestro movimiento, se teme una pérdida de los logros del Vaticano II, y se pone todo en movimiento para neutralizarlo. ¿Qué piensa verdaderamente el Papa al respecto? ¿Dónde se sitúa? Los judíos y los progresistas le exigen que elija entre el Vaticano II y nosotros… al punto que la Secretaría de Estado no tuvo mejor idea que poner como condición necesaria para nuestro reconocimiento canónico la aceptación completa de lo que consideramos como la fuente principal de los problemas actuales, y a los cuales nos oponemos desde siempre…
Sin embargo, tanto ellos como nosotros estamos obligados ante juramento antimodernista y ante las demás condenaciones de la Iglesia. Por eso no aceptamos abordar el Concilio Vaticano II sino a la luz de estas declaraciones solemnes (profesiones de fe y juramento antimodernista) hechas delante de Dios y de la Iglesia. Y si aparece una incompatibilidad, entonces y por fuerza lo errado son las novedades. Contamos con las discusiones doctrinales anunciadas para poner estos puntos en evidencia tan profundamente como sea posible.
Aprovechándose del nuevo estado de cosas tras el decreto sobre la excomunión, que en nada cambió la situación canónica de la Fraternidad, muchos obispos intentan imponernos un círculo cuadrado, exigiendo que obedezcamos a pies juntillas y en todos sus puntos al Derecho Canónico, como si estuviésemos perfectamente regularizados, cuando, al mismo tiempo, ¡nos declaran canónicamente inexistentes! Un obispo alemán ya ha anunciado que antes de fin de año la Fraternidad volverá a estar fuera de la Iglesia… ¡Encantadora perspectiva! La única solución viable, que por otra parte es la que habíamos pedido, es la de una situación intermedia, inevitablemente incompleta e imperfecta a nivel canónico, pero que sea aceptada como tal, sin arrojarnos a la cara la acusación constante de desobediencia y rebelión, y sin imponernos prohibiciones intolerables; porque, al fin y al cabo, el estado anormal en el que se encuentra la Iglesia y que llamamos “estado de necesidad”, vuelve a ser demostrado por la actitud y las palabras de ciertos obispos en relación al Papa y a la Tradición.
¿Cómo evolucionarán las cosas? No lo sabemos. Mantenemos nuestra propuesta de que se acepte nuestra situación actual imperfecta como provisoria, abordando finalmente las discusiones doctrinales anunciadas y esperando que reporten buenos frutos.
En un camino tan difícil, ante oposiciones tan violentas, os pedimos, queridos fieles, recurrir a la oración una vez más. Nos parece que es el momento indicado para lanzar una ofensiva de envergadura, profundamente enraizada en el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, en el que Ella misma ha prometido un resultado exitoso, ya que ha anunciado que al final su Corazón Inmaculado triunfará. Nosotros le pedimos este triunfo a través de los medios que ella misma ha pedido: la consagración, por el Pastor Supremo y todos los obispos del mundo católico, de Rusia a su Corazón Inmaculado, y la propagación de la devoción a su Corazón doloroso e inmaculado.
De allí que, con ese fin, queremos ofrecerle, a contar desde ahora hasta el 25 de marzo de 2010, un ramillete de doce millones de rosarios, como una corona correspondiente a tantas estrellas que enjoyan su persona, acompañada de una suma equivalentemente importante de sacrificios cotidianos, que nos daremos el cuidado de procurarlos, ante todo, en el cumplimiento fiel de nuestro deber de estado, y con la promesa de propagar la devoción a su Corazón Inmaculado. Ella misma presenta eso como el fin de sus apariciones en Fátima. Estamos íntimamente persuadidos que si cumplimos atentamente lo que Ella nos pide, obtendremos mucho más de lo que nunca esperaríamos, y sobre todo, nos aseguraremos nuestra salvación al beneficiarnos con las gracias que nos ha prometido.
Pedimos, por tanto, que nuestros sacerdotes hagan un esfuerzo especial para facilitar a los fieles esta devoción, colocando el acento no sólo en la comunión reparadora de los primeros sábados de mes, sino también incitando a los fieles a vivir una intimidad más profunda con Nuestra Señora, consagrándose a su Corazón Inmaculado. Convendría también conocer mejor y profundizar en la espiritualidad del gran heraldo de la Inmaculada, el Padre Maximiliano Kolbe.
Este año se cumple el XXVº aniversario de la consagración de nuestra Fraternidad al Corazón Inmaculado. Queremos renovar esta feliz iniciativa del Padre Schmidberger comprometiendo toda nuestra alma y reavivando nuestros corazones en este espíritu. Es evidente que no tenemos la intención de indicar a la Divina Providencia lo que ella debería hacer; pero en los ejemplos de los Santos y de la propia Sagrada Escritura hemos aprendido que los grandes deseos pueden precipitar de manera impresionante los designios de Dios. Es con esta audacia que hoy confiamos esta intención al Corazón Inmaculado de María, pidiéndole que nos reciba a todos bajo su maternal protección. ¡Dios los bendiga abundantemente!
En la fiesta de la gloriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
+ Bernard Fellay
Winona, 15 de abril de 2009